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Desafíos políticos que han de afrontarse en Venezuela

Actualizado: 30 sept 2020

I. El hostis y la problemática para definirlo


A diferencia de la bancada opositora, que se ha alzado sobre un ficticio Gobierno interino, o de la autodenominada oposición que ha acordado ir a elecciones —en un proceso de fragmentación todavía peor—, uno de los tempranos objetivos de los patriotas venezolanos debe ser el de definir al enemigo —como hostis, no como inimicus— no solo en el campo político, que sería lo primordial, sino renunciar a la retórica y al discurso —en un acto de vulgar mitología— para emprender la batalla filosófica. El enemigo es, pues, hostis y no inimicus porque el enemigo no es un rival, ni un adversario privado —competencia— y debe verse, con todo el peso, como enemigo público. (Schmitt, 2007, p. 28). Definirlo, tomar el pensamiento del enemigo político para triturarlo —pensar es siempre pensar contra alguien, contra algo— y en este rumbo, darle un sentido racional, coherente y materialista a lo político. Debemos, pues, asumir una posición de materialismo político contra un idealismo, antirracionalismo, representado por el hostis que, a su vez, no asume una única forma, ni es un único enemigo. Los autodenominados opositores, que de fracaso en fracaso comprometen el interés nacional, deben ser política, y dialécticamente, desplazados. Si los patriotas venezolanos, en unidad política, nos erigimos como negación de todos aquellos secuestradores de la nación, podremos definirnos frente a la indefinición de los otros.


Nuestra patria es el suelo, la base geográfica. Nuestra patria no el espíritu, no es el sentir ni la conexión que podamos tener con cualquier elemento idiosincrático. Como suelo, como masa, es esencial entender que la batalla política, en tanto se desarrolla en las fronteras de un Estado, debe tener lugar en el territorio venezolano. El simple hecho de que la patria sea el suelo, la base y las fronteras desmiente la aventurera jugada política de un Gobierno interino, en el exilio que maneja los activos de Venezuela en el extranjero, por otros motivos fuera de tener el poder político en Venezuela, como si se tratara del bolsillo de esos representantes. No existe Gobierno interino, no hay interinato. No hay Presidente de la República encargado, ni Asamblea o Tribunal Supremo en el exilio. Ante un juego burdo de legitimidad, el materialismo político lo ha practicado —más bien— el Gobierno venezolano, el que tiene sede en Caracas y es dirigido por el soberano, por el dictador soberano. Debería ser motivo de vergüenza para aquellos politicastros tal ausencia de realismo político, de tan deficiente manejo de la política en tanto técnica.


La patria es, ante todo, la «tierra de los antepasados»; por tanto, el territorio es un medio para establecer relaciones circulares de naturaleza histórica entre los hombres y sus antecesores y al margen de estas relaciones históricas no hay sociedad política propiamente dicha. Por supuesto, el territorio es ante todo el «espacio de la convivencia política» de los ciudadanos, y convivencia es también una relación circular. (Bueno, 1991, p. 317).


Si los patriotas venezolanos, cuya lucha va en pro del interés y la integridad nacional, no pueden comprender que la lucha ha de desarrollarse en un frente —y que los medios internacionales, o las naciones «aliadas»— y siguen postrándose ante estériles invitaciones a la intervención de terceros, o a soluciones mágicas, no habrá solución alguna a la situación política de Venezuela que, empero, no es una mera crisis política. Utilizar el vocablo crisis en estas circunstancias da a entender lo mismo que ha querido manifestar la oposición, o esos sectores podridos de la política, en cuanto a «soluciones» del «mundo occidental», «civilizado» y otra vez podrá apreciarse el idealismo político neokantiano tradicional de los que tenemos que enfrentarnos, contra los que tenemos que luchar. Comencemos con lo primero, ¿contra quiénes nos enfrentamos? ¿Realmente los conocemos? ¿De qué sirven las etiquetas y la mera retórica?


Cuando se asume que el enfrentamiento contra los secuestradores de la patria, contra los que detentan la soberanía y la usan en nuestra contra, es una refluencia de la Guerra Fría, y de la «lucha contra el comunismo», casi evocando a la guerra cultural de Conquest y cía, contra la U.R.S.S y buscando, por medio de etiquetas innecesarias, definir al hostis nos desviamos del objetivo político real. Cuando creemos conocer al enemigo y nos damos la etiqueta de libertadores, envalentonados por la influencia de terceros, estamos en realidad reforzando mitos. El Gobierno venezolano no forma parte del «Eje del Mal» de George W. Bush, el Gobierno venezolano es la nueva Moscú, ni la tercera Roma, como tampoco es el brazo promotor de la Internacional Comunista, ni hay un supuesto Foro de Sao Paulo destinado a la desestabilización perpetua de Latinoamérica. El chavismo tampoco es parte de una «izquierda» internacional —o peor todavía, mundial— que busca acabar con la civilización occidental —¿nos demuestra el problema venezolano que existe, acaso, una civilización occidental? y mucho menos, es importante definir si el gobierno es una narcotiranía, un narcoestado y cualquier otra etiqueta, o neologismo, con poco desarrollo teórico.


Lo inmediato a entender respecto al mayor enemigo político, aquel que detenta el poder, es lo siguiente: