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Foto del escritorAlejandro Perdomo

Desafíos políticos que han de afrontarse en Venezuela

Actualizado: 30 sept 2020

I. El hostis y la problemática para definirlo


A diferencia de la bancada opositora, que se ha alzado sobre un ficticio Gobierno interino, o de la autodenominada oposición que ha acordado ir a elecciones —en un proceso de fragmentación todavía peor—, uno de los tempranos objetivos de los patriotas venezolanos debe ser el de definir al enemigo —como hostis, no como inimicus— no solo en el campo político, que sería lo primordial, sino renunciar a la retórica y al discurso —en un acto de vulgar mitología— para emprender la batalla filosófica. El enemigo es, pues, hostis y no inimicus porque el enemigo no es un rival, ni un adversario privado —competencia— y debe verse, con todo el peso, como enemigo público. (Schmitt, 2007, p. 28). Definirlo, tomar el pensamiento del enemigo político para triturarlo —pensar es siempre pensar contra alguien, contra algo— y en este rumbo, darle un sentido racional, coherente y materialista a lo político. Debemos, pues, asumir una posición de materialismo político contra un idealismo, antirracionalismo, representado por el hostis que, a su vez, no asume una única forma, ni es un único enemigo. Los autodenominados opositores, que de fracaso en fracaso comprometen el interés nacional, deben ser política, y dialécticamente, desplazados. Si los patriotas venezolanos, en unidad política, nos erigimos como negación de todos aquellos secuestradores de la nación, podremos definirnos frente a la indefinición de los otros.


Nuestra patria es el suelo, la base geográfica. Nuestra patria no el espíritu, no es el sentir ni la conexión que podamos tener con cualquier elemento idiosincrático. Como suelo, como masa, es esencial entender que la batalla política, en tanto se desarrolla en las fronteras de un Estado, debe tener lugar en el territorio venezolano. El simple hecho de que la patria sea el suelo, la base y las fronteras desmiente la aventurera jugada política de un Gobierno interino, en el exilio que maneja los activos de Venezuela en el extranjero, por otros motivos fuera de tener el poder político en Venezuela, como si se tratara del bolsillo de esos representantes. No existe Gobierno interino, no hay interinato. No hay Presidente de la República encargado, ni Asamblea o Tribunal Supremo en el exilio. Ante un juego burdo de legitimidad, el materialismo político lo ha practicado —más bien— el Gobierno venezolano, el que tiene sede en Caracas y es dirigido por el soberano, por el dictador soberano. Debería ser motivo de vergüenza para aquellos politicastros tal ausencia de realismo político, de tan deficiente manejo de la política en tanto técnica.


La patria es, ante todo, la «tierra de los antepasados»; por tanto, el territorio es un medio para establecer relaciones circulares de naturaleza histórica entre los hombres y sus antecesores y al margen de estas relaciones históricas no hay sociedad política propiamente dicha. Por supuesto, el territorio es ante todo el «espacio de la convivencia política» de los ciudadanos, y convivencia es también una relación circular. (Bueno, 1991, p. 317).


Si los patriotas venezolanos, cuya lucha va en pro del interés y la integridad nacional, no pueden comprender que la lucha ha de desarrollarse en un frente —y que los medios internacionales, o las naciones «aliadas»— y siguen postrándose ante estériles invitaciones a la intervención de terceros, o a soluciones mágicas, no habrá solución alguna a la situación política de Venezuela que, empero, no es una mera crisis política. Utilizar el vocablo crisis en estas circunstancias da a entender lo mismo que ha querido manifestar la oposición, o esos sectores podridos de la política, en cuanto a «soluciones» del «mundo occidental», «civilizado» y otra vez podrá apreciarse el idealismo político neokantiano tradicional de los que tenemos que enfrentarnos, contra los que tenemos que luchar. Comencemos con lo primero, ¿contra quiénes nos enfrentamos? ¿Realmente los conocemos? ¿De qué sirven las etiquetas y la mera retórica?


Cuando se asume que el enfrentamiento contra los secuestradores de la patria, contra los que detentan la soberanía y la usan en nuestra contra, es una refluencia de la Guerra Fría, y de la «lucha contra el comunismo», casi evocando a la guerra cultural de Conquest y cía, contra la U.R.S.S y buscando, por medio de etiquetas innecesarias, definir al hostis nos desviamos del objetivo político real. Cuando creemos conocer al enemigo y nos damos la etiqueta de libertadores, envalentonados por la influencia de terceros, estamos en realidad reforzando mitos. El Gobierno venezolano no forma parte del «Eje del Mal» de George W. Bush, el Gobierno venezolano es la nueva Moscú, ni la tercera Roma, como tampoco es el brazo promotor de la Internacional Comunista, ni hay un supuesto Foro de Sao Paulo destinado a la desestabilización perpetua de Latinoamérica. El chavismo tampoco es parte de una «izquierda» internacional —o peor todavía, mundial— que busca acabar con la civilización occidental —¿nos demuestra el problema venezolano que existe, acaso, una civilización occidental? y mucho menos, es importante definir si el gobierno es una narcotiranía, un narcoestado y cualquier otra etiqueta, o neologismo, con poco desarrollo teórico.


Lo inmediato a entender respecto al mayor enemigo político, aquel que detenta el poder, es lo siguiente:


a) Que sus objetivos están limitados a Venezuela por su propia geopolítica desfavorable. Un Gobierno que no puede mantener el poder coercitivo, y que tiende a sucumbir o negociar con grupos delictivos no es, de hecho, una fuerza totalizadora respecto a Hispanoamérica.

b) Que Venezuela, refiriéndonos al Estado venezolano, no es un Estado comunista —porque no existe tal cosa— y que los fines políticos del chavismo, así como sus principios, no necesariamente son ideológicos y que la ideología chavista, que dista de la comunista, ha surgido como un intento de racionalización de sus prácticas.

d) El entendimiento del marco teórico, ideológico, del chavismo —por más burda que haya sido su concepción— debe ser entendido, analizado y por tanto, triturado. Sin el análisis del pensamiento del chavismo, ni el entendimiento del socialismo bolivariano —en tanto especie socialista—, el enemigo seguiría estando en un terreno de oscuridad y por tanto poco podría extraerse para la lucha filosófica. El enemigo, a ojos del pueblo, sigue viéndose superior y hasta mejor formado que la alternativa. La racionalización de sus acciones —un principio de acción puede desembocar en idea, en principios— lleva a la construcción de un modelo y a la ideologización de la masa. Debe combatirse.

e) Mitos, ritos y actos colectivos del enemigo deben dejar de ser ridiculizados para ser estudiados. Por el contrario, debe entenderse la coherencia de las acciones del enemigo porque es evidente que van destinadas a fines políticos. Cuando el enemigo declara «patria, socialismo o muerte» o «viviremos y venceremos», por más retórica y liturgia que haya, está buscando la cohesión en una identidad común. Es irrelevante que pueda ser ridículo, lo relevante es su explicación. Con una explicación, los Cinco Motores de la Revolución pasan a ser triturados.

f) La teorización general y materialista del enemigo debe ser fulminante y frecuente. Una teoría general debe darse siempre en el sentido más negativo, en el sentido de triturar y aplastar. Sin una teoría sobre los ritos, principios, motivaciones e ideología del enemigo es imposible, por tanto, emprender la auténtica lucha política.


II. Dialéctica de Estados e imperios negando el armonismo entre naciones, la noción de «comunidad» y la buena fe de los imperios


Venezuela históricamente fue un país insignificante, ya sea en los primeros días del descubrimiento o en su período de provincia hasta que se convierte en Capitanía —salvo que rescatemos el valor de los puertos venezolanos como elemento estratégico para el Imperio—. Más tristes, fuera de la integración al Imperio español, son los días en los que se hace República y Venezuela es un país de menor importancia, sin autonomía, en la Gran Colombia así como es un país pobre en los primeros días de la República secesionista que dirige el general Páez. Un país atrasado, agrario, mientras las más grandes reformas económicas e industriales van alzándose sobre Europa. Un país al margen de las demás naciones, uno que incluso es un objetivo de menor valor para el mercado agrario de café y cacao.


El petróleo en Venezuela logra romper con estas viejas ataduras, aunque sometiéndonos luegos a unas cadenas todavía peores. Para 1893 existía la presencia de R.H. Hamilton y J.A. Philips con una concesión de asfalto en Guanoco, Sucre, la cual pasaría a Bermudez Company pero el petróleo, sin embargo, no desempeñaba un papel de gran interés puesto que, en la economía mundial, aún no era el combustible por excelencia. (Uzcátegui, 2010, p. 21). Para 1912, según Maugeri (2006), Gómez por medio de la Corte Suprema revocaría todos los derechos de los terratenientes sobre los recursos del subsuelo, que pasaban a formar parte del Estado. Con esta acción, comenzarían a surgir las primeras concesiones petroleras a empresas extranjeras como es el caso de la Royal Dutch-Shell que mantuvo el monopolio del petróleo venezolano aunque el primer pozo, en realidad, lo descubrió la Caribbean Petroleum Company que pasaría a ser propiedad de la Royal Dutch-Shell. Los norteamericanos no mostraron ningún interés hasta los años veinte, el primer hito es la ley petrolera de 1920 y la de 1922 que sigue el modelo persa D'Arcy. Las empresas norteamericanas recuperan el interés en Venezuela con Barroso II en Zulia y con la nueva legislación comenzando a participar en el negocio como Exxon, Amaco, Gulf, Mobil, Texaco y otras firmas alcanzando Venezuela, de tener una producción de19.000 por día en 1919 a 523.000 en 1929 y 779.000 en 1939 siendo as el tercer productor mundial después de Estados Unidos y la Unión Soviética. (pp. 31-21).


El interés en Venezuela no atiende a principios democráticos inmutables, al compañerismo entre naciones ni a la comunidad internacional que salvaguarda las instituciones, los DD.HH y la vida. Por el contrario, es el mismo interés que tuvo Roosevelt para intervenir en el bloqueo naval hecho a Venezuela entre 1902 y 1903. No somos una nación rica y próspera, somos una nación con recursos. Un potencial mercado, es de interés de cualquier agente político de esa magnitud intervenir en Venezuela para lograr cualquier solución que permita hacer negocios a la larga y homologar a Venezuela dentro del mercado. Eso, por supuesto, exige tratar un marco institucional y expulsar, progresivamente, a la competencia; ya sea que China decida expulsar a los Estados Unidos o que Estados Unidos desee sacar la presencia china de Venezuela. La negación del papel de los imperios en la resolución de Venezuela implica cegarse y, por tanto, no entender el panorama venezolano. Esa dialéctica de imperios ha determinado el curso de Venezuela desde su fundación. Por ejemplo, la interacción entre el Imperio británico y el español en toda Hispanoamérica. La interacción entre el Imperio británico y los Estados Unidos en la época del Big Stick y, cómo no, las codeterminaciones en la propia Segunda Guerra Mundial que hacen de Venezuela un apéndice, además por su importancia petrolera, del papel norteamericano. La Guerra Fría, por ejemplo, pinta el actuar de Marcos Pérez Jiménez de equidistancia a acercamiento. Incluso la salida de Marcos Pérez Jiménez puede interpretarse, de alguna forma, en relación a sus vínculos con los Estados Unidos y el favorecimiento de la democracia.


Tanto la autodenominada oposición buscará alinearse con los EE.UU como el Gobierno presidido por el chavismo, por negación dialéctica, estará codeterminado por China y Rusia como los mayores agentes y contrapesos a los EE.UU. El antiimperialismo es, por tanto, contra un imperio y nunca contra todos. La dinámica de imperios garantiza, por tanto, el intervencionismo de uno y otro. En una situación de coyuntura, la alternativa política en cuestión debe de alinearse siempre y cuando sepa actuar con prudencia. El bolchevismo, por ejemplo, entra a Rusia gracias a la ayuda del káiser y su buena política, destinada a lograr el equilibrio con los múltiples frentes abiertos, le permite lograr la paz y las concesiones necesarias, sin exceder la mano. Por el contrario, los que se alinean entregando demasiado, y arrodillándose, no son más que traidores y oportunistas políticos. Los filisteos, por lógica, pueden sucumbir a cualquier conducta aún sin haber visto el garrote. La prudencia política no existe, y se puede apreciar con facilidad, ni en el supuesto Gobierno interino ni en los entreguistas de Miraflores. Entregar y entregar. No es nuestro propósito hacer crítica, sin más, a los imperialismos sino que el propósito real radica en entender el fenómeno, en entender la dinámica y considerarla como parte de la propia dinámica de naciones, entender que moverse en estas coordenadas es lo predeterminado y que pensar en soluciones al problema sin la presencia de imperios, o agentes de segundo orden, es miopía política.


El fundamento del derecho internacional, como derecho universal que debe valer en sí y por sí entre los Estados, a diferencia del contenido especial de los tratados positivos, consiste en que los tratados, en cuanto de ellos dependen las obligaciones de los Estados entre sí, deben ser observados (...) en el estado natural están los unos frente a los otros, y sus derechos tienen su realidad, no en una voluntad universal instituida como poder por encima de ellos, sino en una voluntad particular de los Estados (...) entre los Estados no hay juez, sino árbitros supremos y mediadores y aún éstos sólo accidentalmente, es decir, de acuerdo a la voluntad particular. (Hegel, 1968, p. 275 [§ 333])


En cualquiera de los ilustres realistas podemos encontrar tal noción de un estado de la naturaleza enre las naciones, sea desde Hobbes o desde Hegel. Bueno lo señala en la línea de los anteriores, viendo la comunidad de naciones, o de Estados, como una refluencia de la sociedad natural. (Bueno, 1991, p. 256). Las naciones que votan por la intervención en Venezuela, por la activación de estériles mecanismos como el TIAR o que se «solidarizan» están, realmente, condicionadas o codeterminadas por un imperio interesado (Bueno, 1991, pp. 256-259). En este caso, los Estados Unidos de América. Fuera de toda crítica, otro elemento que es fundamental adoptar es el de que Venezuela no pasa por un proceso de solidaridad internacional, ni que el Gobierno interino es bien recibido por esta razón. A Colombia ni a Brasil les es importante Venezuela, salvo que asumamos que porque afecta su seguridad. Y costaría creerlo porque son países tan inseguros como el nuestro, en una constante incertidumbre. Pero seríamos ciegos si escondiéramos que se interesan porque en la Casa Blanca se les presiona para interesarse. Venezuela, un país secuestrado, no está en condiciones de tener socios —porque no está en igualdad de condiciones, no puede negociar— y tampoco puede tener aliados, poniéndonos al nivel de los del Gobierno interino, porque no tienen el poder real y efectivo. En el caso del chavismo, China no es un aliado, ni lo es Rusia. Son acreedores, son imperialismos que pueden ser generadores o depredadores en mayor medida. Pero una sociedad, o una amistad, no existe bajo la percepción que se suele dar.


III. La persecución de objetivos políticos realistas, el proceso de reconstrucción nacional y la necesidad de impulsar un materialismo político


En una Venezuela polarizada, cuyo vigor nacional ha desaparecido y con el prestigio por el suelo, es menester perseguir objetivos reales, consecuentes e inmediatos. Prometer desde una embajada «venezolana», con personal en nónima y con fondos del gobierno de los EE.UU, que el Gobierno caerá, que no se descarta ninguna intervención militar y que se activarán protocolos como el TIAR es idealismo político, no materialismo. Es creerse mitos propios y es natural que un grupo de miopes políticos se ponga tantas limitaciones porque, en primer lugar, es una mentira que haya un gobierno que no sea el apostado en Venezuela. Praxis, acciones. Requerimos soluciones, partir de lo material. Las promesas a un pueblo desesperado, sin fe y pisoteado sobran.


Nuestra acción más inmediata debe ser la gestación de un nuevo Estado, no la «recuperación» del ya existente ni mucho menos partir de las bases constitucionales de 1999. Y la forma de este nuevo Estado debe ser la República, en su sentido más estricto. Históricamente en los movimientos de liberación nacional, en los alzamientos nacionalistas y en los procesos de descolonización la propuesta ha sido la República, incluso siendo la propuesta de los jacobinos revolucionarios. Con las bases para un nuevo Estado, el resto de los problemas deben de ser tratados quirúrgicamente. Sin el esqueleto, es imposible el resto. Guaidó y compañía han prometido «recuperar» la institucionalidad. Sería un suicidio político pretender recuperar unas instituciones que, de hecho, no se quieren ni hay que mantener sino, por el contrario, destruir. Guaidó promete recuperar la economía, solventar la «crisis humanitaria» y solucionar cada uno de los problemas de la patria, sin estar en la patria. Resolverlos siendo «mandatario» de algo que no existe, teniendo ningún tipo de soberanía. Quiere acabar con todos los problemas venezolanos sin el instrumento esencial para terminar con ellos.


Le puedo decir por qué se ha deteriorado la situación del gobierno polaco en Londres (...) La población polaca vio avanzar al Ejército Rojo, vencer a los alemanes, ganar victorias. En cuanto al Ejército Rojo, vieron a las tropas polacas luchar entre sí. Se preguntaron: ¿dónde está el gobierno polaco en Londres? ¿Por qué no está en la Polonia libre o liberándola? » » (Documents Diplomatigues Francais, 1944, vol. 2 [3 septembre - 31 decembre], pp. 386-94. Translated by Scott Smith).


Conviene resaltar esta conversación entre Stalin y De Gaulle sobre multitud de temas, tanto la colaboración franco-soviética como la situación polaca. Charles De Gaulle tenía buenas relaciones con el Gobierno polaco en el exilio, razón por la que abogaba por él y en una especie de bofetada de realismo, Stalin le recuerda la situación ral de tal gobierno. Ha habido casos históricos de gobiernos en el exilio, los británicos contemplaron dirigir la guerra desde Canadá porque la pérdida de Londres no suponía el mayor impedimento para continuarla puesto que tenían todo el Imperio a disposición. El kuomintang, a pesar de haber perdido la China continental, supo replegarse a Formosa y construir su forma de Estado, lejos de la República Popular. De Gaulle, en principio, no tuvo ninguna importancia pero con apoyo británico pudo replegarse a las colonias africanas y gobernar desde ahí para dirigir los esfuerzos conjuntos contra el nazismo y Vichy. Pero veamos situaciones desesperadas y desafortunadas, ¿habrá oído el lector del Gobierno bielorruso en el exilio que tiene cien años de existencia? Ese quizás pueda ser el caso más vergonzoso, si es que el Gobierno venezolano en el exilio, el supuesto, dura más que eso. En la vía en que vamos, es seguro que sea así. Nuestra misión será, por supuesto, evitarlo y desplazarlos políticamente.


Los patriotas que nos alcemos como alternativa política para una Venezuela republicana, y vigorosa, debemos saber que el asumir programas y hacerlos nuestros, con el mayor de los dogmatismos, supondrá un problema político. Parafraseando a José Antonio, «seríamos nosotros un partido más si viniéramos a enunciar un programa de soluciones concretas. Tales programas tienen la ventaja de que nunca se cumplen». Las soluciones exigen un instrumento como el Estado, exigen actuar en medio de las problemáticas. Abordar estas cuestiones como problemas dista de establecer programas, programas que naturalmente quedarán a la deriva como lo demuestra la experiencia histórica. Incluso los más pragmáticos han tenido que revisar sus tesis y programas ante la entropía política, ante el surgimiento de nuevas situaciones. Nuestras coordenadas deben ser la acción pero no dejando atrás la razón, el pensamiento.


El encierro ideológico es un obstáculo para la reconstrucción nacional. Para liberales, la reducción de la intervención estatal y las medidas de austeridad han de ser la solución. Para sectores más conservadores, acostumbrados al esquema venezolano tradicional, la solución debe ir de la mano con el intervencionismo. No nos importa cerrarnos en un marco, ni en una experiencia determinada. Nos importa tomar cualquier instrumento: público o privado, estatal o no estatal para la reconstrucción nacional. Resolver cuestiones de índole económica, social y política exige algo más que tratar de cubrir todo lo dicho por el manual, o todo lo dicho por la ortodoxia. La rectificación es primordial.


IV. Conclusiones en torno a las problemáticas que azotan a la nación


La recuperación del patriotismo debe ser, además, una de nuestras máximas pero no en razón de apelar al espíritu, a la búsqueda de valores espirituales supremos y rectores. No vemos la nación como una unidad de destino universal, como un bien espiritual. Por el contrario, para nosotros la conservación de la nación es, en esencia, la conservación del Estado y de la unidad nacional. Nuestro Estado debe ser indivisible, fuerte institucionalmente —y no por ello fuerte para intervenir en la vida del ciudadano— y firme contra otros Estados, pues debe poder responder a las agresiones externas y a las arbitrariedades de otras naciones, arbitrariedades a las que una nación —con el sistema de alianzas y la diplomacia que pueda formar— ha de responder ya que es una amenaza perpetua, la nación está en peligro constante. Sin capacidad de respuesta, ni fortalecimiento de las instituciones, no hay patria.


Nuestro propósito debe ser la eutaxia, entendida como buena constitución, buen orden, buen gobierno. (Bueno, 1991, p. 180). Venezuela ha sido una comunidad política distáxica, con un Estado en constante degeneración y no necesariamente desde 1998, sino que el proceso de distaxia ha sido lento y frecuente desde la fundación de la República de Venezuela escindida de la Gran Colombia. La industrialización, el surgimiento del petróleo y la revolución técnica en Venezuela más que un respiro, dieron a la joven República más inestabilidad —desde el período de Gómez hasta el de Pérez Jiménez— y aunque el período democrático permitió una evolución política, degeneró en un Estado de Partidos, en una particocracia puntofijista que sumió al país en una situación caótica. Venezuela es distáxica en potencia en el período democrático y el ascenso de Chávez, facilitado por la propia democracia formal venezolana, es precisamente una consecuencia de esta. Una refundación republicana, con un nuevo Estado vigoroso y de cimientos fuertes, tendrá la dura labor e encaminar a la nación, mediante planes y ortogramas prolépticos, hacia la eutaxia y la revitalización nacional. Una Venezuela que rompa con sus ataduras, cadenas y taras, evidentemente genéticas, podrá aspirar a una posición favorable entre las naciones.

Y de este proceso político debe de surgir una clase áulica, una intelligentsia —de generación en generación— que se encargue, única y exclusivamente, a que la prolepsis de una Venezuela republicana, y renacida, se mantenga a lo largo del tiempo y de su transcurrir para que las instituciones garanticen, pues, la eutaxia de la sociedad política venezolana. Pero antes de ver más allá, lo correcto sería que veamos al presente y comprendamos los objetivos, y planes, políticos inmediatos. Conseguir la unicidad de los patriotas, aglutinarlos en una fuerza política cuyos principios disten, precisamente, del encierro ideológico y de los dogmas. Cuyos principios, en realidad, sean la construcción de la nación como cuando un turco, desde un Imperio otomano en decadencia y cercenado por los nacionalismos, se propuso la construcción del moderno Estado turco. Una vez refundada la patria, nuestra labor —y la de nuestros descendientes— será el buen orden. Que sirva este balance como una piedra más en la reconstrucción de Venezuela.


Bibliografía:

  • Bueno, G. (1991). Primer ensayo sobre las categorías de las ‘ciencias políticas’. Logroño: Ed. Biblioteca Riojana, nº 1. Cultural Rioja.

  • Hegel, G.W.F. (1968). Filosofía del Derecho. Buenos Aires: Editorial Claridad, S.A.

  • Maugeri, L. (2006). The Age of Oil: The Mythology, History, and Future of the World’s Most Controversial Resource. Conneticut: Praeger Publishers.

  • Schmitt, C. (2007). The concept of the political: Expanded Edition. (Schwab, G.). Chicago: University of Chicago Press.

  • Uzcátegui, R. (2010). Venezuela: la Revolución como espectáculo. Una crítica anarquista al gobierno bolivariano. Caracas: El Libertario.

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