Humberto Gonzalez Briceño,
Domingo, 3 de mayo de 2020.
No es asunto de semántica. Es un problema político fundamental que hay que resolver en Venezuela. No es igual una transición que una ruptura. Y la distinción entre ambas es lo que define dos campos de la oposición al chavismo y fija las coordenadas para articular una lucha que tenga éxito en su liquidación o no.
Desde el punto de vista político la transición implica un mero tránsito de un gobierno a otro dejando intacta la estructura del estado y su burocracia. Los hechos de enero de 1958 desembocaron en una transición del gobierno del Coronel Marcos Pérez Jiménez al de una Junta de Gobierno provisional y de esta a un gobierno electo. La sucesión de gobiernos hasta 1999 fueron transiciones políticas que no alteraron lo esencial del estado, hasta que llegó el chavismo al poder.
Por otra parte la ruptura política significa un quiebre definitivo de ese sistema político y la destrucción de las instituciones en las cuales se apoya.
Para el proyecto depredador de Hugo Chávez, por ejemplo, habría sido imposible ejecutar su empeño bajo el imperio de la Constitución de 1961. Por eso Chávez inició un proceso de desmantelamiento del antiguo estado venezolano para reducirlo a una alianza de mafias al servicio del crimen organizado.
Esta degeneración del estado venezolano y sus instituciones lleva a la conformación de mafias orgánicas en diferentes niveles y sectores de la actividad pública (judicial, financiera, militar, etc). Quizás la perversión más grave de todas haya sido la desarticulación institucional de las Fuerzas Armadas para convertirlas en en brazo armado de la pandilla en el poder. A esto por supuesto se suma toda la actividad del poder público que al amparo de una legalidad chavista tiraniza a sus ciudadanos, en “forma legal.”
Ese poder omnímodo y discrecional que tiene el estado chavista, un poder que le permite ejercer sin rendirle cuentas a nadie, es el mismo poder que quiere heredar la falsa oposición representada por la vieja guardia de los Ramos Allup y ahora sus dedicados discípulos en los Leopoldos, los Capriles y los Guaidó.
Para hacerle tragar a la gente esa inmensa y asquerosa rueda de molino la falsa oposición toma la bandera la transición pacifista y niega cualquier posibilidad de ruptura o de ajuste de cuentas con el chavismo solo porque llevaría a una confrontación violenta, dicen. Como si Venezuela no hubiese estado en guerra a muerte contra el chavismo desde 1999.
La transición que nos ofrece la falsa oposición viene de la mano del conveniente pan y circo electorero y clientelar que es el único terreno donde esa degenerada materia moral podría tener éxito. De esa siniestra genialidad salen ideas como ofrecerle $100 a los trabajadores de la salud al tiempo que los diputados de Guaido se aprueban para ellos y para su burocracia internacional $5000. Es la misma lógica de quienes le plantearon a los EEUU la conveniencia de ir a elecciones a los 6 meses de un gobierno de transición.
Pero no nos llamemos a engaño. No lo hacen por estúpidos o ignorantes. Se trata de una operación deliberada de saqueo para heredar los privilegios de un estado corrupto en la médula que les permitiría robar las burusas que quedan. Y esto ya lo han demostrado manejando sin control y sin rendición de cuenta millones de dólares que ha recibido el gobierno simbólico de Guaidó de manos de la comunidad internacional.
Pero esta estrategia no podría reportar los dividendos que promete si se destruye al estado en el que se soporta el chavismo. Por eso la falsa oposición hoy más que nunca está abogando no tanto por lograr la intervención militar definitiva de los EEUU en Venezuela, sino más bien por una pequeña escaramuza policial que saque a Maduro y deje al resto de su camarilla en el poder para un gobierno de cohabitación con el chavismo.
De triunfar esta tesis, la transición que se nos propone no sería más que la continuación del chavismo en el poder por otros medios.- @humbertotweets
Comments