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La Fragilidad de la Democracia Liberal


Se acercan las elecciones presidenciales en Estados Unidos, con resultados que serán marcadores para las próximas décadas. Por primera vez en la historia de este país, desde su Guerra Civil (1861-1865) los dos bandos principales están enfrentados por una división ideológica profunda e irreconciliable. Esta no será una elección más entre republicanos y demócratas, sino entre defensores del tradicionalismo americano, que ha hecho de este país la superpotencia más poderosa de la Historia; y los defensores del globalismo internacional, que quiere someter los Estados Unidos a unas reglas internacionales en las cuales estaría cediendo valores que son propios de su tradición republicana.


La raíz de este enfrentamiento es la confusión ideológica en la que se encuentra este país, luego de haber creido que con la desaparición de la Unión Soviética se había inaugurado una Pax Americana milenaria.


Este craso error comenzó hace 30 años.


  • ¿El Fin de la Historia o el Comienzo de una nueva Historia?

En 1992, Francis Fukuyama, politólogo de la Universidad de Harvard, publicó uno de esos libros de título tan rimbombante como pavoso. El Fin de la Historia y el Último Hombre declaraba al Mundo que la Historia, como lucha de ideologías, había terminado con la caida del Muro de Berlín. El nuevo mundo estaría ideológicamente marcado por el triunfo de la democracia liberal triunfante, liderada, no faltaba más, por los Estados Unidos.


Dicen que si uno lanza un gato muerto desde un punto suficientemente alto, es capaz de rebotar al golpear contra el suelo. Algo así sucedió con el heraldo de Fukuyama. Al principio, su libro fue aclamado como un sesudo análisis, casi presciente del derrumbe del Socialismo en Europa y la Unión Soviética (un ensayo preliminar suyo, había corrido por los pasillos del "progre" Instituto Brookings, con la suerte de ser publicado pocos meses antes de la caida del Muro de Berlín). Sin embargo, al poco tiempo la evidencia mostró que Fukuyama estaba tan perdido como Adán buscando regalo en el Dia de las Madres. La piedra de toque (¡y vaya toque!) iba a producirse el 11 de septiembre de 2001, con el atentado en las Torres Gemelas. Ese día el mundo supo que las culturas e ideologías estaban vivitas, coleando y, peor aun, eran irreconciliables. No podía asumirse que el derrumbe socialista era una patente de corso para exportar democracia liberal a los cinco continentes, sin haber calibrado previamente la cultura, favorable o no, de la sociedad receptora. El Consenso de Washington, inspirado en la lógica de Fukuyama, había muerto en ese preciso instante. Igual que la reputación de la Universidad de Harvard. Pero tanto una como la otra iban a ser proclamadas a los cuatro vientos, por un Occidente que no se esperaba la tormenta que se le venía encima. Y que no estaba en Bagdad o Kabul, sino en Manhattan y Los Angeles.


Dicho de otro modo, el Fin de la Historia apenas era el comienzo de otra.

  • Las ideologias y la democracia.

Para entender el cisma ideológico en el que se debate la política estadounidense hoy, es preciso comprender cómo el concepto de libertad detrás de la ideología libertaria ha mutado, de una visión que predicaba que cada quien es dueño de su espacio, a una visión que interpreta la libertad como una capacidad para acceder a cosas hasta ese momento prohibidas, por las limitaciones que impone la propia realidad. Cuando BLM protesta por abusos de autoridad, o la comunidad LGBT reclama un espacio propio, por dar dos ejemplos, lo que buscan es alcanzar un estatus que, en condiciones de igualdad liberal ante la ley, asumen que les es negado. Puede que, efectivamente, hayan jueces racistas que niegan la justicia a alguien por el color de piel, pero asumir que eso es hecho sistemático, que todos los jueces son racistas, que las leyes son hechas para discriminar por el color de piel, sólo puede provenir de una confusión sobre el concepto de libertad mismo: creer que solamente seremos libres si creamos leyes diferenciadas, educamos a jueces para tratar distintas razas de manera diferenciada, y creamos programas de administración de justicia con representación de colores, en lugar de talentos.


¿De donde surge esta visión distorsionada de cosas?


Siempre me pareció interesante la distinción hecha por Benjamin Constant en su ensayo De la Libertad de los Antiguos Comparada con la de los Modernos (1819). Para este autor la Libertad de los Antiguos es equivalente a la accion ilimitada para poder participar colectivamente en comunidad, para "mandar" y ser obedecido, la libertad de la "polis" griega para votar en elecciones. En cambio, la Libertad de los Modernos es la que se alcanza con los controles al Poder, creando espacios de independencia a favor de los individuos, con o sin elecciones; es el respeto a las minorīas. Constant asociaba la libertad de los antiguos con los excesos de la Revolución Francesa, que predicaba la libertad, pero en la práctica había creado un estado de terror, administrado por quienes tenían la libertad para guillotinar a 50 mil citoyens, como en efecto sucedió. Para Constant, la libertad genuina era la de los modernos.


Este artículo fue tan popular que luego Isaiah Berlin, el gran filósofo de la Libertad del siglo 20, desarrollaría un libro entero dedicado a esta cuestión: Dos Conceptos de Libertad. En este libro, Berlin aborda la clasificación distinguiendo la Libertad Positiva (para hacer o actuar en la vida), de la Libertad Negativa (de no verse interferido, de tener un espacio de inmunidad personal).


Teniendo en cuenta esta doble clasificación de Constant y Berlin, es claro que lo que se percibe como una libertad para accionar en la polis, en la comunidad, cívicamente, puede ser entendido como equivalente al concepto del Poder, que no es solamente la capacidad para actuar ilimitadamente, sino más bien, de poder actuar sin obstáculos independientemente del nivel en el que uno se encuentre. Llamar a este fenómeno "libertad", en mi opinión, fue un error tanto de Constant como de Berlin, que ha traido consigo una percepción equivocada de equivalencia moral entre los dos conceptos, cuando claramente libertad, como las madres, no hay más que una.


Por tanto, la verdadera libertad se encuentra en lo que denominan, respectivamente, como Libertad de las sociedades modernas (Constant) o Libertad Negativa. En ésta, se precisa construir mecanismos para controlar los abusos de quienes ostenten el Poder. Montesquieu percibió tres formas de imponer el Poder que requerían control: el poder para dictar leyes a la comunidad (Legislativo); el poder para aplicar esas leyes (Ejecutivo) y el poder para interpretarlas como árbitro de última instancia (Judicial). Otras formas de Poder como es el caso del Moral, no es más que una mamarrachada más de ese Atila llamado Hugo Chavez, quien quiso copiar la idea, igualmente mamarracha, de Bolívar en su Congreso de Angostura. Pero no desviemos la conversación.


Más bien, examinemos la cuestión central: ¿qué pasó en la cultura de Occidente, que ha permitido a su liberalismo moderno, transformar su concepto de libertad como inmunidad del individuo frente al Poder, a un concepto que no es de libertad, sino de exactamente lo opuesto: el poder para obtener privilegios utilizando la violencia, saqueos, presión, o chantaje político, a costa de sacrificar la libertad de quienes no pueden acceder a tales privilegios, esto es, el hombre blanco (asiático, o hispano), anglo, el hombre o mujer heterosexual, quienquiera que produzca CO2 (todos); o cualquier otro no asistido de una gavilla que le proteja.


  • La contradicción inherente al liberalismo.

La periodista británica Melanie Phillips, en una de las mejores entrevistas que he visto este año, explica al influencer Dave Rubin cómo las democracias occidentales han dejado pervertir el concepto de libertad, para transformarlo en lo que ella llama "ideología libertaria". Esta ideología se impone por encima de cualquier cosa. Con ella no hay inmunidad en la esfera individual de los individuos. Esta ideología, como toda ideología, es un enlatado de ideas que execra a cualquiera que la cuestione.


La ideología libertaria es el contenido material de quienes persiguen poder para obtener privilegios a expensas de los demás. Es la Libertad de los Antiguos de Constant o la Libertad Positiva de Isaiah Berlin, que es libertad de nombre, pero no de contenido. Ella se manifiesta como ejercicio del Poder para abusar sobre los demás, a fin de extraer ventajas para el grupo beneficiado. Esta es la sustancia ideológica de los sistemas democráticos liberales que nos han vendido desde la caida del Muro de Berlin hasta hoy.


¿Cómo mutó de esa manera? Según explica Phillips, esto es producto de una paradoja del liberalismo. El liberalismo plantea que todo individuo, por el hecho de serlo, tiene absoluto derecho a opinar lo que le venga en gana, pues ese es el epítome del derecho a ser libre. Toda opinión tiene igual valor, por el hecho de ser opinión emitida por alguien perteneciente a la especie Homo Sapiens. Calificar una opinión disparatada como un rebuzno no es más que una expresión de intolerancia de alguien políticamente incorrecto, sectario o racista.


Este es el momento en que la gata se subre sobre la batea. A partir de este rasero, cualquier opinión es válida, no por virtud de una fuente interna de autoridad (la razón, la tradición, la equidad, o la prueba empírica), sino porque a fulano de tal le parece bien, y quien no respete ese derecho humano al rebuzno (en el peor escenario) sería un anti-liberal nato. Por esto, un buen liberal debe ser tolerante incluso con los intolerantes y hacerse la vista gorda si fanáticos religiosos en el Medio Oriente asesinen a pedradas a mujeres acusadas de adulterio o a homosexuales, o si en casa propia, unos sujetos animados por un deseo de "reivindicación" racial, sexual o ambiental, deciden incendiar 20 ciudades en los Estados Unidos para "ser escuchados", o destruir el país más desarrollado de América Latina (Chile) para encauzarlo por el camino de la igualdad; o tumbar la estatua de Colón, Washington, o Lincoln, porque no fueron suficientemente "progres". Cualquier idea, por absurda que sea, merece tolerancia, como lo recordaba aquella bolsería atribuida falsamente a Voltaire: "estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo." Para testear esta frase, hagamos una pequeña alteración: "estoy en desacuerdo con que pretendas entrar en mi casa, sentarte en el sofá, poner los zapatos en la mesa y pedir una cerveza, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a pedirlo." Sí, claro, muerde aquí.


Pese a su esencia totalitaria, la ideología libertaria tiene efectos potentes. Ella hace enmudecer a un papa católico (Jorge Bergoglio) cuando una gavilla de fascinerosos comunistas transforma en cenizas sagradas a dos iglesias (en Santiago), y he aquí que han pasado tres días sin que haya habido siquiera una expresión desde Roma informando que "Hic os meam est" (esta boca es mia). Dios no permita que cualquier comentario antipático pueda incordiar o cercenar algún derecho de opinión de estos simpáticos piromaníacos comunistas. Esta vez el puede que el gallo no cante tres veces antes de que Francisco salga de su mutismo, pero ya lo han hecho miles de pajaritos azules por twitter.


La ideología libertaria ha encontrado en el voto popular un protocolo para imponer esas opiniones sacrosantas cuya autoridad es incuestionable, a falta de evidencia empírica, por la inapelable Ley de Mis Cojones. Es allí donde Jean Francois Revel se equivocaba, al predecir en Cómo Terminan las Democracias cómo éstas iban a sucumbir por la fuerza exterior de un enemigo (entonces, la U.R.S.S.). Nada que ver. Como lo ha demostrado el Mundo, luego de la caida del Muro de Berlín, es que un enemigo mayor que cualquier enemigo exterior, radical islámico, neo-zarista ruso, o partido comunista chino, es la contradicción inherente al liberalismo, que mutado en ideología libertaria, vaciándola de contenido y haciendo que los ciudadanos de Occidente hayan dejado de creer en la superioridad de su sistema político y se encuentren en estado de perplejidad. Esto y no otra cosa, es lo que ha debilitado las democracias occidentales al punto del colapso que vemos hoy en las calles de Nueva York, San Francisco, Los Angeles o Baltimore.


Prueba de que la visión liberal ha mutado en ideologīa libertaria es el propio libro de Fukuyama, quien al igual que Marx, se inspiró en el creador del concepto de dialéctica de la Historia, el filósofo Georg Wilhelm Friedrich Hegel, para decretar el fin de la Historia, esta vez en clave liberal. Igual que el marxismo prometīa una era dorada de leche y miel. Para ello, utilizaría, no a la movilización del proletariado, sino de los empresarios, alrededor del libre mercado como mecanismo capaz de armonizar culturas disonantes alrededor de un fin común: la búsqueda del bienestar económico. Es obvio que para decir semejante cosa, Fukuyama mostraba haber estado tan alejado de comunidades islámicas radicales como Marx lo estuvo en su momento de la actividad fabril que pretendía explicar en El Capital. Marx prefería escribir teoría desde su cubículo como investigador en la Biblioteca Británica de Londres, en lugar de hablar con empresarios y obreros.


Por eso no sorprende que ambas ideologías tengan un ADN totalitario, en el sentido de excluir cualquier diálogo con el opositor, si bien en la ideología libertaria, la pedantería tecnócratica de un FMI, o de una OCDE o de una OMC sustituye al tono jupiteriano de la típica proclama marxista, en cualquiera de sus formas y colores, leninista, stalinista, troskista, guevarista, maoista y pare de contar.


Además, en el caso libertario, ha sido toda una sorpresa, anunciada por una legión de excluidos del sistema genuinamente liberal, incapaces de competir con talento y calificaciones. Son representantes de grupos que piden privilegios de grupo, que se traducen en beneficios económicos (BLM ya se pueden dar el lujo de donar $12 millones de dolares a grupos afines). Es el ejército de feminazis, racistas de todo pelaje, defensores de la corrección política, militantes islámicos, ambientalistas, etc.


Hace falta algo más que un Fukuyama disfrazado de porrista para hacernos creer que la democracia liberal, tal como ha mutado, goza de buena salud.


Lo que se juega en estas elecciones presidenciales, por tanto, es la existencia de la Libertad versus la amenaza del Poder. Menudo dilema.

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