Venezuela, aún con el discurso oficial del Interinato —uno de sus principales enemigos, después del desastroso y anárquico intento de dictadura chavista—, está rodeada de enemigos; todas las naciones interesadas en la «liberación» de nuestra patria, en realidad conspiran contra ella. No podemos estar en peor posición.
Si ellos hubieran intervenido, como presuntamente dijeron los del Interinato, hubiera sido bajo sus términos en un concierto de vencedores y por otro, su silencio supone un beneficio a largo plazo porque a pesar de las constantes denuncias relacionadas al chavismo como elemento de desastabilización en Hispanoamérica —que no lo dudamos, pues es flagrante su participación en disturbios y en focos guerrilleros—, la debilidad de Venezuela es un margen de libertad con consecuencias favorables para ese grupo de naciones conspiradoras. No tenemos que ser más específicos, es evidente que una Venezuela que pueda reindustrializarse, construir un ejército capaz de garantizar su soberanía —en las fronteras internas y en las disputadas— y finalmente, movilizar a su población de forma orgánica para garantizar el bien común sin distinciones o disputas entre los elementos sociales de la patria —labor que un gobierno decididamente patriótico y generador debe hacer— para que estos coincidan en los bienes mayores de la patria y las futuras generaciones puedan gozar de esos legítimos frutos del esfuerzo social.
No se trata de apelar al crudo excepcionalismo de una nación, a conductas jingoístas o a la enfermedad protestante que acabó por masificarse en grandes despotismos como el del Imperio británico, del III Reich y de forma similar, sin tener necesariametne raíces protestantes, en el comunismo soviético: la idea de un imperialismo de raíz excepcional, en el que universalmente se pueda regir a todos los pueblos. Venezuela no está destinada al más grande de los destinos, ni a regir sobre otras aunque como producto de la secesión, y del pecado ilustrado, se haya reforjado como nación política y se haya entretejido con las pretensiones imperialistas bolivarianas pero el punto es que Venezuela, por su propia conservación y el bien de sus hijos, debe defenderse contra sus enemigos y volver, o elevar, sus políticas soberanas contra vecinos, «socios» y con el mayor realismo político, contra las potencias que intentan someter a la nación. Cuando Venezuela, en el concierto internacional, pueda estabilizarse y tan solo lograr su conservación, podrá preocuparse por dar un mejor tratamiento al resto de las naciones.
No seamos tan ilusos, o por lo menos hipócritas, al consumir el discurso de los «aliados» o mejor dicho, los «aliados» del mundo libre y la democracia. Veámoslo así, si Brasil, Colombia, Ecuador, Chile y compañía se interesan por la situación de Venezuela es porque, claro, a su perspectiva es una situación «democrática», de violación de derechos humanos y de institucionalidad. Si un día la institucionalidad se arreglara en Venezuela por decisión de las lacras gobernantes, la situación Venezuela en el concierto internacional pasaría a otro plano y los chavistas serían aplaudidos para luego ser recordados, en un futuro lejano, como los restauradores de la «democracia». Sesenta años de democracia, por usarlo como argumento a favor de la misma, sólo nos sirven de recordatorio de una cosa: en sesenta años expirará nuestra estabilidad política porque alguien, en unos veinte —como Chávez— podrá resquebrajarla y volvernos una seudocolonia como claramente lo somos en el acontecer político actual.
Si la democracia es el principal de nuestros problemas, pasamos ya al plano de las ideologías y los modelos políticos. La democracia no es solo una forma de gobierno, y una de las degeneradas en contra de las rectas, sino también una ideología que se traduce en el fundamentalismo democrático —que yo llamaría ceguera democrática— y parece el venezolano, convencido por los politicastros, no caer en que su problema está en el modelo democrático que estrenaron AD y COPEI. Otras ideologías nocivas forman parte de este embrollo porque está claro que viven parasitariamente en las instituciones democráticas. Así, nuestros ancestros —los que eran súbditos del rey— se infectaron de tendencias liberales y protestantes mientras que nuestros abuelos —ya venezolanos—, sufrieron la virulencia del marxismo, del anarquismo, de la socialdemocracia y se enquilosaron en la partitocracia.
Venezolanos: antes que hijos de nuestra patria —producto de innumerables factores—, somos genética y culturalmente hispanos. Nuestro ethos es católico, nuestra identidad es imperial; nuestras dos patrias se formaron a partir del temor a Dios, desde la idea de la realeza de Cristo. Nos forjamos desde la síntesis entre lo romano, lo godo y lo indio. Nuestra tradición de las Españas fue borrada por lo peor de la masonería y de la partitocracia, en detrimento de nuestra identidad común. Hoy, el chavismo termina la labor iniciada por las élites liberales vendepatria. Es su estadio superior y es el primero de nuestros enemigos porque, aunque duele decirlo, es quien ostenta lo que queda de soberanía y destruye todo lo que viene a ser la patria —y no confundamos la patria con el Estado-nación—; la familia, las costumbres, la catolicidad y nuestros frutos comunes.
Venezolano: en tus venas corre la sangre del conquistador de rodela y morrión y del fiero señor cacique, tu cultura se forjó gracias al mundo romano, a la civilización católica medieval —communitas christiana— y a la superioridad política, estética, social, literaria y económica de la Monarquía hispánica. El liberalismo es debilidad, el comunismo es una enfermedad y los partidos políticos —que hoy se presentan como soluciones a problemas concretos— agrietan nuestra unión orgánica. Tu fuerza radica en lo que fuiste y eres, ambas cosas determinarán lo que serás y de seguir bajo los grilletes de tus enemigos, tal destino será incierto y a merced de las fuerzas foráneas. La patria es un gran organismo y de enfermarse, acelera su caracter perenne. Requieres —requerimos— de virtud y de ellas, la unanimidad frente al adanismo o, dicho de otra manera, al individualismo.
Como decía Rodrigo Fernández Carjaval, «ningún grupo humano actual tiene, por ejemplo, una conciencia de pecado tan clara como el grupo hispánico. En los demás países se ha borrado de la cabeza y del corazón esa línea precisa que separa la conducta natural de la viciosa, el Orden del Desorden. No quiero decir, naturalmente, que sólo entre nosotros habite la Verdad, pero sí que sólo entre nosotros está todavía transfundida en una forma de unanimidad social poderosa y viviente». (Fernández-Carvajal, Precisiones sobre la Hispanidad). La unanimidad social de creencias y afectos de un pueblo determina su capacidad de resiliencia y la fortaleza de su modelo político; un modelo político como la democracia, infectada de ideologías extranjeras, solo lleva a la perdición de un pueblo y a su crisis de identidad. Lo cual, necesariamente, debe traducirse a la desaparición y esta desaparición, por supuesto, es producto de una autodestrucción. Así, un pueblo pasa a los anales de la Historia. No solo podemos resistir, sino que debemos y es nuestra primera necesidad como pueblo. Reaccionar, oponerse y pelear con fiereza contra los enemigos de la patria. Los mismos que han perpetuado su guerra contra nosotros hace más de doscientos años.
Guerra sin cuartel contra nuestros enemigos, internos y externos. Cero clemencia contra el colaborador, exilio y justo resarcimiento contra el traidor y el usurpador. Nuestros enemigos desangran a la patria en una vía u otra, sin importar los métodos: desde el saqueo de nuestro erario, desde conspiraciones foráneas o beneficiándose de la decadencia venezolana. Venezuela tiene el derecho histórico al ejercicio de la guerra justa y a la defensa contra las fuerzas anticristianas y satánicas que la azotan. Nuestra patria tiene derecho a la supervivencia contra el mal, el vicio y la peste. Sin una misión histórica definida, sin pretender mesianismo, Venezuela podrá ser la punta de lanza —una vez extirpe sus males— para la Cruzada hispana y católica que revitalice ambos polos del continente. Si Dios quiere, será Venezuela el fundamento para lograr la convivencia entre pueblos hermanos cristianos y vivir, sin así perder la posición en la gran sinfonía hispánica, como un gran organismo en perfecto y natural funcionamiento. Contra el panamericanismo, el saopaulismo rojo, el liberalismo anglosajón y el mundo protestante, nuestro renacer será un hecho.
LOS PEORES ENEMIGOS DE ESTA PATRIA LLAMADA VENEZUELA SOMOS LOS MISMO VENEZOLANOS; a mi entender, desde la llegada de Colon a estas tierra fue "jugar a la confusión del hombre originario que poblaba estas tierras".Tenemos casi 300 años de vida republicana y 250 años, de gobiernos dictatoriales. No busquemos culpables.....