Reivindicar la Hispanidad
Actualizado: 2 oct 2020
Preámbulo
El presente artículo tiene por objeto exponer la eliminación sistemática de los valores hispánicos promovida por el Gobierno desde el año 1998. Con el proceso de creación del aparataje político chavista, se ha visto un largo proceso marcado por decretos, discursos, planes de estudio y campaña cultural contra la identidad hispánica, española. Identidad que, aún en sentido negativo, se mantuvo en el período de secesión en adelante. En un ejercicio de análisis histórico, trataremos de dar las coordenadas para comprender la idea de Hispanidad y su curso de desarrollo en un sentido negativo —negación al Imperio español— para la gestación de la nación venezolana así como la necesidad de recuperar tal idea, génesis de nuestros valores y principios. Estos últimos exterminados sistemáticamente por el chavismo en pro de generar una nueva identidad. Nuestra propuesta, sin duda alguna, es la memoria y el rescate. Luchar no solo contra la eliminación de nuestras costumbres, sino luchar contra el olvido de las mismas.
I. El embrollo de las independencias: secesionismo en Hispanoamérica y el desplome de la Monarquía católica
La idea de la secesión en la Capitanía general de Venezuela viene gestándose por muchos motivos entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Comprender que los alzamientos separatistas en Hispanoamérica no son unívocos, ni homogéneos ideológicamente hablando, es un elemento que hay que adoptar para un correcto análisis de estos procesos. Es decir, es necesaria la comprensión de los intereses de las élites criollas respecto a las peninsulares. Por otro lado, ver en las secesiones una defensa de la Corona ante la invasión napoleónica y, posteriormente, una contrarrevolución contra las Cortes de Cádiz —a pesar de que esta tiene en su seno cierto tradicionalismo— que, sin dudarlo, garantizaban la igualdad jurídica entre los ciudadanos de la península y los del ultramar. Los criollos, en Venezuela y en el resto de los Virreinatos y Capitanías, fueron reaccionarios por más influencia ilustrada que tuvieran.
Desde el materialismo filosófico, se entiende a los movimientos secesionistas como derechas no alineadas extravagantes pero no en razón de ser partidos, sino como grupos sediciosos. En otros casos algunos pueden interpretarse como izquierdas primigenias a medida de que luchan contra el Antiguo Régimen, lo cual puede perfeccionarse en algunos procesos respecto al enfrentamiento al absolutismo español restaurado. (Bueno, 2008, pp. 272-276). Sin embargo, es complejo de analizar desde esta perspectiva porque es imposible negar, aunque sea en un período, el reaccionarismo hispanoamericano contra una monarquía que se renovaba. Incluso considerando que una España napoleónica, en el caso hipotético, significaba un aceleramiento del proceso de estatalización y de los valores revolucionarios que tanto aterraban al Antiguo Régimen. Hay que reconocer a las autodenominadas independencias como reacciones y, más importante, quitarles el reconocimiento de haber estado motivadas a separarse de la Corona cuando la realidad, al menos en principio, es otra.
Y la importancia de negar la categoría de independencia, por más uso historiográfico que tenga, es que no existía nación política española al menos hasta que se habla de izquierda primigenia y las Cortes de Cádiz cuando hay una cesión de soberanía. La cuestión está en que la Monarquía católica implicaba una serie de Reinos y posesiones con un monarca común, no se trataba de una nación española que controlaba el imperio. (Pérez Vejo, 2010, p. 53). En ese sentido, no es posible interpretar el conflicto en Hispanoamérica como una lucha entre una nación contra otras naciones. Al menos naciones en el sentido político. No queremos decir que no existiera lo que hoy día es España, sino que distinguimos de acuerdo a un criterio clave: la Monarquía católica era una sociedad política definida, una nación histórica sobre la que en 1812 surgía la nación política española, redefinida precisamente desde la Constitución de Cádiz.
Veamos que la idea de reemplazar a Madrid como centro imperial, y desprenderse de la península, no es de hecho revolucionaria, ni ilustrada. Según Pérez Vejo (2010) la Nueva España representaba de doce millones en la América epañola, al menos unos seis millones y acumulaba tantas riquezas como la metrópolis, incluso superándola poco más así como su importancia era estratégica por la cercanía con Centroamérica, Cuba y Filipinas. Era Nueva España el territorio central de Hispanoamérica, de aquí a que Fray Servando se expresara negativamente sobre Madrid, en la cual sus templos y capillas no valían nada respecto a las de Nueva España. (pp. 24-25).
Por ejemplo, opinaría Mariano Monero, conocido por la Revolución de mayo de 1810, que los intereses de la Plata eran irreconciliables con los del Reino de México al que acusaba de querer procurarse provincias, colonias a lo largo de América motivado a su calidad de centro imperial. Otras pruebas de este reaccionarismo, del Antiguo Régimen, fueron las Conferencias de Punchauca en donde se negoció con el virrey Pezuela para evitar cualquier guerra y donde hubo un proyecto de monarquía peruana donde se acudiría a Madrid para solicitar la presencia de un infante Borbón que gobernara en el Perú pero fue esto denegado en el posterior Congreso de Tucumán. Los autoproclamados independentistas no hicieron nada más que trabajar por encima de una propuesta que ya se contemplaba en la península, la de dividir a la América en submonarquías católicas como ya lo planteaba Manuel Godoy. Estas revoluciones conservadoras en América hispana van motivadas, realmente, a evitar cualquier influencia revolucionaria y jacobina.